Las fases del duelo: entender para sanar
Atravesar el duelo no significa solo superar el dolor, sino aprender a convivir con lo que fue y abrir espacio a lo que viene. Una reflexión sobre cómo aceptar el cambio, transformar la herida y encontrar equilibrio interior.
Mikel Zappala
10/27/20253 min leer


El duelo no es solo lo que vivimos cuando perdemos a alguien. Es un proceso que nos acompaña cada vez que algo importante cambia o se rompe dentro de nosotros. Puede ser el fin de una relación, un cambio profesional, la conclusión de una etapa, o incluso la transformación de una identidad que ya no encaja.
A veces no sabemos que estamos de duelo, solo sentimos que algo dentro se desordena. La mente busca entender, el cuerpo resiste y el alma intenta adaptarse a una nueva realidad que no elegimos.
Negación: cuando el alma se protege
La primera reacción ante una pérdida suele ser el rechazo. “Esto no puede estar pasando”. Es el intento de la mente por protegernos del impacto emocional.
Negar no es debilidad, es defensa. Es una forma temporal de amortiguar el golpe mientras nuestro sistema interno se prepara para asumir lo ocurrido. En esta etapa solemos mantener rutinas, fingir normalidad y seguir adelante como si nada. Pero tarde o temprano, la realidad empieza a filtrarse. Y cuando lo hace, llega la siguiente fase.
Ira: cuando la herida busca una voz
La ira es el grito del dolor. A veces se expresa hacia los demás, a veces hacia uno mismo o incluso hacia la vida.
Detrás de cada enfado hay tristeza contenida. Nos enfadamos porque algo se rompió y no sabemos cómo repararlo. La rabia, si la escuchamos sin juicio, puede transformarse en energía de cambio. Permitirnos sentirla sin quedarnos atrapados en ella es un acto de madurez emocional. No se trata de eliminar la ira, sino de aprender a traducir lo que quiere decirnos.
Negociación: el intento de recuperar el control
En esta fase tratamos de encontrar un equilibrio imposible. Pensamos “si hubiera hecho esto…”, “si cambio aquello, quizás todo vuelva a ser como antes”.
Es el intento de la mente por volver a una zona segura. Nos cuesta aceptar que el pasado ya no está disponible, y negociamos con la realidad para recuperar lo que se fue. Esta etapa, aunque parezca irracional, tiene una función: nos ayuda a aceptar que no tenemos el control de todo, pero sí de cómo respondemos a lo que sucede.
Depresión: cuando la pérdida se hace real
Aquí la emoción ya no se disfraza. La tristeza se hace presente con toda su profundidad. No se trata de una enfermedad, sino de una respuesta natural ante la pérdida. Es el momento en el que el alma comprende lo que la mente ya sabía. La energía baja, la motivación se apaga y todo parece pesado.
Pero este silencio emocional no es vacío: es una pausa necesaria. Es la noche que antecede al amanecer. Acompañar este momento con presencia, comprensión y sin exigencias es fundamental para que el proceso siga su curso.
Aceptación: el inicio de una nueva etapa
Aceptar no es olvidar. Es reconocer que lo ocurrido forma parte de nuestra historia y que la vida continúa, aunque de forma distinta.
Cuando llegamos a esta fase, el dolor se integra. No desaparece, pero deja de gobernar nuestras decisiones. Empezamos a mirar hacia adelante con más serenidad, entendiendo que lo vivido también nos transformó.
La aceptación es el cierre de un ciclo, pero también el nacimiento de una nueva versión de nosotros mismos.
El duelo como camino de transformación
Cada fase del duelo es una puerta hacia una comprensión más profunda de quiénes somos. No hay un orden perfecto ni un tiempo exacto.
A veces retrocedemos, a veces avanzamos sin darnos cuenta. Lo importante no es pasar rápido por el proceso, sino vivirlo con autenticidad.
El duelo no solo nos habla de la pérdida, también nos enseña sobre el amor, el apego, la vulnerabilidad y la resiliencia. Cuando logramos atravesarlo con acompañamiento y estructura, dejamos de ser víctimas del cambio y nos convertimos en protagonistas de nuestra propia reconstrucción.
Sanar no significa volver a ser los de antes. Significa permitirnos ser distintos, más conscientes y más libres.
Acompañar un proceso de duelo —propio o ajeno— es un acto de humanidad profunda. Si estás transitando una pérdida o un cambio que te cuesta aceptar, recuerda que no tienes que hacerlo solo. El acompañamiento adecuado puede ayudarte a comprender lo que estás viviendo, a sostener el dolor con sentido y a reconstruir desde un lugar más fuerte y auténtico.
Como coach transpersonal, mi trabajo consiste en ofrecer un espacio seguro donde puedas ordenar lo que sientes, encontrar dirección y transformar la herida en aprendizaje.
Si sientes que este es tu momento para iniciar ese proceso, podemos trabajarlo juntos, paso a paso, con respeto, estructura y presencia.


